El 1 de mayo no es solo una fecha en el calendario; es la memoria viva de una clase trabajadora que ha peleado cada derecho con uñas y dientes. Desde los mártires de Chicago en 1886 hasta la huelga de La Canadiense en 1919, que logró en España la jornada laboral de 8 horas, nada se ha regalado. Cada avance—el descanso semanal, la sanidad y educación públicas, las pensiones, los convenios colectivos, el salario mínimo (que aún hay quien preferiría pagar menos), las vacaciones pagadas o los permisos de paternidad—ha sido fruto de la lucha obrera organizada.
Pero mientras celebramos estos logros, no podemos caer en la complacencia. Hoy vemos cómo algunos que se llenan la boca hablando de “libertad” solo defienden la libertad del poderoso: libertad para pagar salarios de miseria, para despedir sin causa, para precarizar empleos, para inundar el mercado con productos que dañan la salud o destruyen el entorno. Esa “libertad” no es progreso: es impunidad disfrazada de modernidad.
Y tampoco vamos a callar ante la hipocresía de quienes, desde sus cargos institucionales, solo se acuerdan de los trabajadores en los discursos del 1 de mayo. Mientras tanto, permiten que suban los accidentes laborales, cierran los ojos ante la fuga de empresas, desmantelan la industria local, consienten salarios que no llegan a fin de mes y mantienen una Inspección de Trabajo sin medios, casi como un elemento decorativo. ¿Dónde está la protección cuando más se necesita? ¿Dónde están las respuestas para quien no puede pagar un alquiler, para quien encadena contratos de semanas o para quien vuelve a casa con miedo porque en su puesto no se cumplen ni las mínimas medidas de seguridad?
Denunciamos cómo se permite que el precio de la vivienda alcance niveles prohibitivos, dificultando el acceso a un derecho básico, impidiendo la emancipación de los jóvenes y convirtiendo un derecho en un negocio. Se construyen viviendas en zonas inundables, poniendo en riesgo a las familias trabajadoras. Y encima, algunos utilizan el dinero de nuestros impuestos, que tanto nos cuesta ganar, en comilonas, observatorios sin utilidad real para enchufar a miembros de su partido y empresas como GEDEMELSA, para presuntamente llenar sus bolsillos
Desde Independientes Por Estella lo decimos claro: la mayoría seguimos siendo clase trabajadora. Personas que, para vivir, dependemos de vender nuestra fuerza de trabajo, nuestro tiempo o conocimiento. No importa si vistes mono o traje, si usas un teclado o una caja de herramientas: si no tienes medios propios para vivir sin trabajar, formas parte de la clase trabajadora. No es una cuestión de imagen ni de ideología, sino de posición social. La mayoría, incluso quienes trabajan por cuenta propia o tienen pequeños negocios, compartimos una misma realidad: vivimos del esfuerzo, no del capital. Y debemos apoyarnos.
Este 1 de mayo es un día para celebrar lo conseguido, pero también para señalar lo que aún está pendiente. Para recordar que sin nosotros no funciona nada. Que somos quienes levantamos cada mañana esta ciudad y comunidad.
Porque sin la clase trabajadora, no hay libertad ni futuro. Y lo que no se defiende, se pierde.